14 mayo 2011

Wherever you will go

Sentada, en una simple silla de plástico blanco,
rodeada de gente que me quiere, que me apoya,
siento por dentro mi piel desgarrarse en pequeñas partículas de polvo,
un polvo dañino, que explota y se sumerge en mis órganos
para hacerlos desaparecer y mutilar hasta lo impensable.
La sangre fluye por mis manos, caigo al suelo, 
los espasmos por la falta de vida en mi interior se producen en un constante vaivén de sensaciones.
Cierro los ojos, oigo mis propios latidos como si de un altavoz se tratase.
Respiro por última vez, siento que es la última, la definitiva, la que me llevará 
al paraíso mundano, por fin averiguaría las dudas de los grandes filósofos y literarios, cual Unamuno.
Pero no.
En la respiración se cuela una aroma, conocido, penetrante, característico durante mucho tiempo en mi.
Una extraña mezcla que para mi es el éxtasis, sigo agonizando y no puedo evitarlo,
ahora quiero quedarme, quiero saber de donde viene ese olor, lucho con mi propia alma.
Abro lo ojos y veo dos grandes cuencas verdes pardo, mirándome fijamente, sin apartar la vista de mi, 
sin perder un detalle de mis movimiento, silencioso, coloca su mano en mi mejilla, vuelvo a sentir el tacto de su piel.
Otra respiración, su aroma me vuelve a inundar completamente, oigo su respiración agitada, nerviosa, asustada.
Quiero chillarle que estoy bien, que no me voy, pero no me oye, no me quedan fuerzas.
Me abraza fuertemente, cierro los ojos, y lo único que siento, es su aroma dentro de mi.