18 abril 2011

La gatita presumida

Conocí en una ocasión a una chica,
una chica a la que le encantaba vivir, salir, quererse a si misma y ser simplemente feliz.
Cada día se miraba al espejo y se decía:
"¡Qué bonita soy!, ¿Para qué quiero que me quieran, si ya me quiero yo?"
Salía con sus amigos, se reía con ellos, pero no era feliz, hasta que le daban un espejo,
se miraba y volvía a verse guapa, segura, deseada...
Muchos chicos se acercaban a ella para embaucarla.
Ella, les aceptaba, les dejaba entrar en su terreno, jugar con ellos
cuanto quería,  pero se cansaba muy pronto, no quería seguir sus juegos, y los despreciaba de su vida.
No, ella no creía en el amor, que era tan mortal como su vida,
desgarrador, sufrido y pasional.
Ella cada día se miraba más al espejo, y se quería más;
los chicos se obsesionaban más por ella, pero ella solo quería al
espejo, su fiel compañero y protector.
Mirarse en el espejo era devolverse la vida a si misma, sentirse completa, llena y feliz; mientras se miraba, ella sentía que podía hacer lo que quisiera,
sabía que tenían razón aquello que le decían que parase de quererse,
pues su pasión era mirarse, admirarse, recorrer con sus manos su cuerpo
con delicadeza, darse placer a si misma, solamente obsesión por ella, decirse cosas dulces antes de dormir, desplegar sus talentos de seducción con ella misma...
Era una mujer desesperada por no obtener su propio amor y con esa reflexión, de repente, se dio cuenta de una cosa,
se amaba a si misma.

1 comentario: