28 junio 2011

Helena

Sale la sangre suavemente de mi cuerpo, rodeándome de forma amorosa, con cuidado de no dejar ningún trozo de mi piel al descubierto.
Oigo gritos a mi alrededor, ilusos, ¿creen de verdad que podrán salvarme?
Alguien intenta levantarme, ¡dejadme caer joder!
y sucede, todo se vuelve negro,
no más gritos, no más imbéciles intentando salvar una vida sin alma, simplemente silencio.
Me siento en un estado que ninguno de esos filósofos con tantos aires de superioridad podrían pensar.
Es un estado indescriptible, no lleno de paz, amor y serenidad como quieren que pensemos, sólo hay silencio.
Siento un tirón del pecho, vaya sigo teniendo cuerpo, otro tirón.
Algo me arrastra de nuevo hacía arriba desde lo más profundo de mi tumba.
Salgo lanzada a propulsión de mi vacío, hasta el exterior, cayendo sobre el suelo.
Miro a todos lados intentando saber que pasa.
Un cementerio con gente, creo conocer a unos cuantos. Me levanto del suelo y comienzo a andar entre todas esas personas, sentadas, sin hablar, y los reconozco.
Sigo andando, llego a mi tumba, madera oscura casi negra, creo que mi madre por fin aceptó mis gustos, demasiado tarde quizás. Paso la mano por el ataúd, y me subo encima, quedo sentada delante de todos, sin que me vean, sin que me sientan, sin que me hablen. Mirando sus caras, dejo caer mis piernas por el ataúd dejándolas sueltas, como cuando eres pequeña y una silla es demasiado grande para ti.
Lloran, si, pero... ¿Qué más da? Yo ya no estoy, soy un "espíritu" o algo semejante, que sigan con sus vidas, sean felices y me dejen a mi muerta de una vez.




No hay comentarios:

Publicar un comentario